Los aljibes tienen su origen en el imperio Romano, dónde se construían para almacenar el agua de la lluvia. Eran especialmente útiles en zonas con un clima semiárido, como la Península Ibérica. El agua almacenada se usaba para consumo humano y para la agricultura. En aquella época no se preocupaban demasiado por la limpieza de aljibes, hoy en día no es así.
De hecho, existe una normativa que regula la limpieza y desinfección de los aljibes. Se trata del Real Decreto 140/2003 por el que se establecen los criterios sanitarios de la calidad del agua de consumo humano.
En la actualidad es un asunto muy importante, dada la facilidad de contraer infecciones a través del agua. Cuando el agua permanece almacenada demasiado tiempo, puede dar lugar a la proliferación de bacterias. En los aljibes, o cualquier otro tipo de depósito de agua, se acumulan restos de suciedad con el paso del tiempo. Esta suciedad sirve de alimento para las bacterias como la legionella. Este hecho, junto con la temperatura de hasta 40ºC que puede alcanzar el agua en verano, forman el lugar perfecto para que se reproduzca.
Es probable que en alguna ocasión hayamos bebido agua que contenía legionella, pero no hemos enfermado. Esto se debe a que esta bacteria sólo provoca infección si se inhala en microgotas. Como las que produce un aspersor, el vapor de una ducha caliente o en una bañera de hidromasaje, por ejemplo. Por eso es tan importante la limpieza de aljibes. Para prevenir que se reproduzca la bacteria y evitar que se den casos de legionelosis.
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